viernes, febrero 23, 2007

El poder transformador del orden

El paisaje urbano ejerce una gran influencia en el comportamiento de los ciudadanos, no sólo por la forma como la arquitectura y la distribución de espacios afecta la vida diaria, sino en especial por el reconocimiento de actividades que son aceptadas socialmente; el comportamiento de las personas en el espacio público refleja la idiosincrasia de un pueblo y es una de las partes más importantes del paisaje.
En las ciudades modernas uno de los factores que más afectan el paisaje urbano es el tráfico vehicular, ya que desafortunadamente gran parte del espacio público que se construye es para los automóviles. En las ciudades colombianas es frecuente el desorden en las vías por falta de infraestructura, educación y claridad en las normas. Cúcuta no es la excepción, aunque es claro que las ciudades pequeñas salen mucho mejor libradas de los perjuicios que el tráfico causa en la calidad de vida de los ciudadanos.
Aparte de esto, Cúcuta es una ciudad privilegiada, ya que la planeación de la ciudad después del terremoto le permitió trazar amplias avenidas que aún hoy funcionan muy bien. Sin embargo, está demostrado que la cantidad de avenidas no soluciona el problema del tráfico y que una ciudad amable no está hecha para el que tiene carro, porque el transporte no es un lujo sino una necesidad. Considero que es muy valioso el ejemplo que dan otras ciudades para resolver los problemas, y más valioso aún, la habilidad de ver los problemas que se nos avecinan a través de la experiencia ajena.
Los problemas de transporte de las grandes ciudades deberían darnos una lección, pero nosotros también podemos dar ejemplo. A pesar de la importancia que tendrá en el futuro contar con un tranvía moderno o algunas líneas de carriles exclusivos para buses articulados, no es necesario gastar millones para empezar a corregir la situación; sólo necesitamos un poco de voluntad y organización.
Sería bueno empezar por demarcar los paraderos de buses, porque no podemos pedirle a la gente y a los conductores que los utilicen cuando no existen. Aún mejor sería hacer un plan para organizar en un futuro próximo un servicio centralizado, coordinado, seguro y eficiente.
Hace algunos años vi con agrado cuando en Cúcuta aparecieron las primeras ciclorrutas; esa es una iniciativa que no debe quedarse ahí. Cúcuta es una ciudad de un clima privilegiado, muy apropiado para este tipo de transporte, tanto que aún en medio del desorden del tráfico la gente usa la bicicleta exponiéndose a los riegos que esto implica. Este tipo de transporte disminuye el tráfico y la contaminación, además de traer beneficios para la salud pública, a diferencia del tan popular transporte en motocicleta que es el que más desorden y accidentes causa.
Es difícil para las bicicletas competir con las motos en razón del precio de la gasolina en Venezuela, pero si se ofrecen ventajas en carriles exclusivos (ciclorrutas) y estacionamientos, es factible que la gente prefiera salir en bicicleta. Para esto, es importante que se tengan en cuenta los beneficios que una buena red de ciclorrutas traería a la ciudad a la hora de ejecutar los proyectos viales del Área Metropolitana de Cúcuta.
La idea es que afrontemos los problemas que puede traernos el crecimiento con suficiente planeación, para ir resolviéndolos en la forma que queremos y no tener que resolverlos a última hora con lo que alcanza del presupuesto. En la medida en que se de esta transformación en el tráfico de la ciudad, vamos a tener una ciudad más ordenada, que nos produzca una mejor imagen de nuestra sociedad e induzca comportamientos más cívicos.

El Faro

viernes, febrero 16, 2007

Los valores invertidos

El bien y el mal hacen parte sin lugar a dudas del eterno dilema al cual se ven confrontados los hombres de todas las sociedades del globo. En mi caso particular, siempre he pensado que los valores y virtudes que se le atribuyen a una cierta creencia religiosa no son otra cosa que lo que muchos otros llamamos «valores universales», así los jerarcas y creyentes de las diferentes religiones se disputen eternamente su autoría.

A través de mi vida y mis viajes me he dado cuenta de que lo que a mí me enseñaron que era bueno (y también lo que era malo) es de alguna manera bueno (y malo) de manera universal. Robar, matar, violar, mentir, difamar y engañar, por tan sólo dar algunos ejemplos, hacen parte de los verbos que en todos los países e idiomas se asimilan al lado oscuro de la fuerza; mientras que ser honesto, sincero, trabajador, generoso y respetuoso difícilmente pueden ser clasificados como tal.

Y me resisto a pensar que sea el único (o uno de los únicos) detentores de esta verdad. Quisiera creer que cualquier individuo de cualquier país del mundo es consciente de que, aunque no siempre sea el caso y siempre haya motivos para debatir en algunos casos muy particulares, de manera general, existen ciertos principios y valores universales innegables que todos conocemos y sin los cuales el funcionamiento de la sociedad moderna no tendría ningún sentido.

Hace algunos años, reflexionando sobre el tema, se me ocurrió que el gran problema de Cúcuta, o al menos uno de los más grandes, pero también de Colombia y de muchos otros países emergentes y del tercer mundo, es que la idea general que tienen los individuos de estos valores se encuentra invertida en sus cabezas. De alguna forma, sin ni siquiera saberlo o al menos preguntárselo, lo bueno se convirtió en símbolo de cosas negativas y lo malo en una cualidad general aceptada.

Basta con mirar hacia atrás algunos años y algunos casos simples del diario vivir de un niño cucuteño para entender un poco a lo que me refiero.

Al recordar momentos de mi infancia me viene a la cabeza la época de las eternas peleas entre bandas de amigos que encontraban en el más mínimo hecho un pretexto infalible que incitaba a pelear. Los grandes peleadores de la época eran bien conocidos y respetados por todos. Los hombres les temían y las mujeres apreciaban el respeto que estos hombres inspiraban a su alrededor. No recuerdo sin embargo un solo hombre al que todos admiráramos por su pacifismo o su capacidad de dialogar. Casi siempre, este tipo de jóvenes era calificado de cobarde en el mejor de los casos o humillado con una bofetada o una golpiza cuando no se corría con tanta suerte.

El colegio tampoco escapa a este tipo de ironías. Los grandes líderes de mi salón eran siempre los más vagos, los «duros» de la copia, los que jamás nadie lograba agarrar, los que burlaban al profesor y a la ley haciendo de sus hazañas un arte elogiado por el resto de compañeros. Este tipo de personajes generalmente era también bueno para pelear y de vez en cuando jugaba bien fútbol. Pero no recuerdo tampoco algún niño de mi salón que fuera admirado por sus buenas notas o su inteligencia, por su honestidad o su trabajo. A estos se les dejaba de lado o se les gritaban apodos como «nerd» y quien sabe cuantos otros que en este momento me escapan.

Una de las palabras que mas oía yo en mi infancia, y que afortunadamente no existe para la Real Academia de la Lengua ni para muchos otros países de habla hispana, es lo que los cucuteños y colombianos designan como a un ser «vivo». Rara vez en mi vida he visto a alguien considerado como «vivo» no traspasar la ley. Para todos aquellos que desconocen su significado, vivo es aquel que, de manera general, logra obtener una ganancia a expensas de otro que pierde, generalmente aprovechándose de su ignorancia o de su buena fe. Vivo es ese que siempre paga menos en una cuenta cuando los demás pagan más y que cree además que los demás no se dieron cuenta. Vivo es aquel que en una cola de carros pasa por el lado (o debiera decir por encima) de todos por que piensa que la ley es para los demás pero no para él. Vivo es aquel que no paga impuestos por que según él, estos solo son para los ricos y los marranos. Vivo es el clásico pirata que cree que comprando objetos falsos o de contrabando él es más inteligente que los otros tontos que pagan más que él por un original que, según él, es idéntico al pirata. Vivo es aquel que cuando viene a un país desarrollado no paga el tiquete de bus o de metro y se felicita pensando que los nacionales son unos tontos ingenuos por confiar en gente como él.

El vivo, así como el peleador y el deshonesto copión del colegio, es parte de la interminable lista de adjetivos negativos que irónicamente son percibidos como «cualidades» en nuestra pequeña sociedad. Lo triste de todo esto es que ninguno de estos tres fenómenos (ni los otros tantos que por motivos de tiempo y espacio aquí preferí no mencionar) es nuevo. Todavía es común oír entre los dirigentes regionales que «a uno le puede ir bien en la vida sin estudiar». Basta con ver al último Alcalde y al anterior Gobernador para darse cuenta de por qué algunas personas aun consideran valido este argumento.

La historia me ha hecho pensar que los hombres destinados a dirigir las sociedades son siempre sus hijos mas aférrimos. En una sociedad de vivos, es lógico entonces pensar que el más vivo sea el que gobierne y los menos vivos los gobernados. Esto tal vez explica la historia política de Cúcuta y de Colombia en general, y el por qué del diario vivir de la alcaldía, el consejo, la asamblea departamental y el congreso de la república.

La interminable lucha por ver quien es el más vivo tiene por resultado la sociedad en la cual vivimos hoy en día. La ecuación es simple: (Σ Vivos) + Poder = Corrupción. Si agregamos la variable tiempo (T= Numero de años) nuestra ecuación se vuelve más representativa. Con T=200 tenemos la historia nacional. Con T=100, cambiando el nombre de nuestro país por el de una hacienda abandonada del magdalena obtenemos el único libro que nos ha merecido un premio nobel. Con T=O y tendiendo hacia el infinito obtenemos una incógnita que no queremos que se repita más.

Albert Camus describiendo su obra maestra decía que Meursault (El personaje central) era simplemente alguien que no «jugaba el juego, alguien que no podía mentir». Cúcuta no dista mucho del Alger de los años 50 de nuestro increíble Meursault. Alguien que prefiera pagar más que sus amigos no es cortés sino tonto; alguien que paga impuestos por que ha sabido aprovechar la infraestructura más que los otros no es justo sino mendaz; alguien que decida recompensar el esfuerzo y el trabajo de su músico favorito comprando su CD original es un «marrano» y no un individuo leal a los hombres que admira. Alguien que piense así, muy similar a Meursault, deberá afrontar el descontento y el desprecio de una ciudad de vivos.

La evolución de una sociedad de una etapa a otra comienza innegablemente por un cambio radical de sus bases. Mi lado pesimista me dice que ya es algo tarde para pretender cambiar las viejas generaciones, pero jamás es tarde para hacer algo por aquellas que han de venir. El Faro del Norte es un espacio que propuso el dialogo en oposición a la pelea. Como parte de su evolución y construcción ideológica está la proposición de unas nuevas bases que El Faro del Norte no pretende inventar, sino simplemente rescatar del olvido en que se encuentran.

Muchas personas piensan que no sirve de nada cambiar si los demás no cambian. Es este efecto dominó, defendido generalmente por todos aquellos que jamás van a votar pensando que su voto no cambia nada, el que siempre favorece al lado oscuro y el que ha debilitado nuestra democracia a través de los años.

Las historias que les contaré a mis hijos difieren muy poco de las que mi papá me contaba a mí y de las que mi abuelo le habrá contado a él. Este es un llamado para que todos aquellos que luchamos contra los vivos dejemos de ser extranjeros a la sociedad en la que vivimos y reconstruyamos las bases de una sociedad progresista y meritocrática sin valores invertidos. Es un llamado para todos aquellos que como yo, quisieran vivir para ver que las historias que sus hijos les contarán a sus nietos son diferentes a las que yo viví y a las que me contaron. Es un llamado para todos aquellos que sueñan algún día poder decir con orgullo que Macondo solo existe en la imaginación de Garcia Márquez y en un pasado cercano que no se repetirá jamás.
Gerardo Duplat

viernes, febrero 09, 2007

Una manito a la educación

En esta época de volver al colegio muchos padres deben hacer un gran esfuerzo económico para la compra de útiles y libros escolares. Sin duda no hay plata mejor gastada, ya que la educación es el mejor regalo que un padre le puede dar a su hijo, como una forma de asegurarle un futuro próspero.

Sin embargo, a final de año muchos de esos libros que tanto costaron quedan estorbando en un rincón de la casa, a menos que alguien tenga la iniciativa de ir a venderlos por una mínima fracción de lo que costaron originalmente.

La cultura del libro desechable no sólo tiene lamentables consecuencias en la economía familiar, sino peor aún, menosprecia el valor de los libros en una sociedad tan necesitada de educación. Habiendo tantos niños con dificultades económicas para estudiar, resulta casi pecaminoso arrumar los libros viejos en un rincón de la casa o venderlos para que otros hagan negocio con la necesidad ajena. Todos esos libros deberían ser utilizados una y otra vez por los estudiantes de cada grado, comprometidos con la idea de cuidarlos para que sean usados el siguiente año. Los colegios deberían tener en sus bibliotecas suficientes libros de cada asignatura para entregar a los alumnos.

Como es difícil que los colegios hagan una inversión de esta magnitud, los primeros años habría que pedirle a los alumnos que donen sus libros a la biblioteca del colegio o, en el peor de los casos, que vendan los libros usados a un precio razonable. De esta forma, en dos o tres años habría libros suficientes para todos los alumnos, lo que se convertiría en un gran alivio financiero para muchas familias. Claro está, siempre y cuando las casas editoriales y las secretarias de educación empiecen a colaborar con esta iniciativa, para lo cual se requiere dejar a un lado las ganas de hacer negocio obligando a los colegios a cambiar los libros de texto de las diferentes asignaturas todos los años.

Con este plan seguramente saldrán mejor librados los colegios privados, los cuales deberían comprometerse a fortalecer las bibliotecas de los colegios públicos, que son los que finalmente más necesitan este tipo de iniciativas. Esta es una forma de colaborar con la educación de nuestros niños, desligando las posibilidades de aprendizaje de la capacidad económica de las familias, lo que constituye un primer paso en la construcción de una región y un país con igualdad de oportunidades.

El Faro

P.d. ¿Será que, por el estilo de lo sucedido con el escándalo de la parapolítica en la región, la opinión pública cucuteña va a dejar pasar los atropellos del alcalde y la policía contra los educadores sin pronunciarse al respecto? Ojalá empecemos a hacer sentir nuestro descontento.